Un caballero estaba
atravesando las calles obscuras de cierta ciudad, y vio que se le acercaba un
hombre con un farol encendido en la mano. Cuando se acercó bastante, el
caballero vio, por la luz de la linterna que ese hombre llevaba, que éste tenía
los ojos cerrados. Pensativo, siguió
adelante el caballero, mas sorprendido, se dijo: “Me parece que ese hombre está
ciego.” Entonces regresó, alcanzó al ciego, y le dijo:
--Amigo,
¿es usted ciego?
--Sí,
señor –contestó el interpelado.
--Entonces,
¿para que lleva usted esa luz?
--Para
que la gente no tropiece conmigo, señor.
De este ciego
podemos aprender que es necesario hacer brillar nuestras luces para que evitemos
que otros tropiecen a causa de nuestra ceguedad espiritual.